Suena el despertador, seis y media de la mañana, ni más ni
menos.
Siento calor en el cuerpo, mucho calor, debe hacer unos veinte grados…
Vos no te despertaste, aún seguís durmiendo. Las alarmas nunca logran despabilarte,
pero eso no es problema cuando la noche anterior me quedé con vos, es lindo
despertarte y que abras los ojos grandes para verme bien porque estoy muy
cerca, aunque todavía no logre abrir bien mis ojos, todavía no te desperté…
Con mucho esfuerzo me siento en la cama, y apoyo mis pies en el suelo.
La sensación de frío en medio del calor dura apenas unos pocos segundos, pero
pocas cosas son capaces de desencadenar en nosotros algo así como, alivio, ¿no?
Seis y treinta y seis, no te despertaste aún.
Me paro para ir a la cocina y preparar algo liviano, hay que desayunar, vos
tenes que ir a la escuela, yo tengo que viajar y volver a casa. Es un poco triste
pensar en eso mientras que de acá te miro dormir, tenes puesto un camisón
blanco y floreado, tu pelo esta suelo y revuelto, como me gusta a mí, y las
sabanas están tiradas todas para el costado, creo que no fui la única que sintió calor anoche, y también creo que cuando puse el ventilador en primera velocidad pensé
que era la más fuerte y ahora me doy cuenta que no, uno no sabe, en casa tengo
un ventilador que anda al revés que este, la velocidad más fuerte es la
primera, tiene tres velocidades, la última velocidad es digamos, la que tiene
menos fuerza.
Seis y treinta y nueve, la madera rechina al compás de mí caminar.
Me acordé que hay frutillas y un poco de nueces, las almendras ya las
terminamos y también “el maní de elefante”… Te haría un licuado fresco, pero
sé que si prendo la licuadora va a hacer mucho ruido y vas a despertarte, creo
que si te hago una chocolatada está bien…
Elegí dos tazas iguales, y a cada una le puse tres cucharadas de chocolate.
Agregué leche a las dos, las revolví un poco, y las puse en una fuentecita
junto con un tarro lleno de galletitas surtidas, no sé si está bien decirle
tarro, pero no encuentro otro nombre.
Doblo dos servilletas, y también las pongo en la fuente. Ahora voy a bajar un
plato de la alacena para poner un poco de frutillas y unas nueces. Mientras
abro la heladera y las busco, también pienso en qué lugar estaban las nueces,
creo que estaban en la parte de abajo del aparador, cuando termine de lavar las
frutillas y de sacarle las hojitas me fijo.
Hay nueve, nueve frutillas, son medianas así que seguro está bien… Mientras las
pongo en el platito miro la parte de abajo del aparador y si, las nueces están
ahí. Agarro un puñado y las pongo en el mismo plato en el que están las
frutillas, me estaba olvidando del queso untable y de algunas galletitas de
agua, y ya está. Ya estamos.
Seis y cincuenta y uno, mis pies pisan la sábana que está caída de tu lado.
Te despertas cuando me siento a tu costado, y sonreís, la primera sonrisa del
día me la dedicas a mí, ¡qué feliz sería si te hiciera el desayuno todos los
días!
Refregas tus ojitos y te sentas en la cama, relojeas la hora y me miras,
seguido de una pregunta inesperada, como casi todas, ¿conoces alguna persona
que tenga más de tres nombres?
Entre charlitas rápidas y algún que otro silencio abarcador, en el plato no hay
más frutillas, solo quedan algunos restos de nueces, las tazas están vacías, no
comimos queso ni galletitas de agua, pero si algunas galletitas surtidas.
Siete y diez, y vos tenes que estar menos veinte en el colegio.
Te levantas a cambiarte y yo, llevo la fuente a la cocina, lavo las tazas,
acomodo todo en su lugar, y me cambio también.
Voy al baño, entro y salgo lo más rápido que puedo para que puedas entrar vos.
Salís y abrís la puerta para que salgan los perros, y yo entro de nuevo al baño
para lavarme los dientes. Siempre compartimos el baño cuando tenemos que
lavarnos los dientes, siempre, cuando recién nos levantamos, después de comer,
a la tarde después de merendar, antes de salir, antes de dormir. Esta no es la
excepción, venís vos también a lavarte los dientes, de paso te peinas un poco,
y yo ya lista te miro mientras te preparas. No necesito peinarme, tengo el pelo
corto y con rulos, generalmente me lo revuelvo, no necesita más que eso.
Entre preparación y acomodo, se hicieron las siete y treinta y tres… Ya debemos
irnos.
Ya afuera, nos tomamos de la mano y caminamos rápido, son solo un par de
cuadras, de las cual hablamos de tus tareas, de que entro a cursar una hora y
media antes, de nombres, de que no sabes andar en bici sin manos, un poco de
todo.
Doblamos ya la esquina, en menos de cien metros nos despedimos.
Cruzamos la calle para que te quede más cerca y no esperes por al rayo del sol,
ya son siete y cuarenta y cuatro, llegamos bien.
Llegando a la esquina te despedís de mí, y después de un beso en el que nos apretamos
fuerte, te vas corriendo, sin mirar atrás. Yo te miro, sigo mirándote, te veo
entrar y ya no hay nada más para mí.
Lamentando no haberte dado un abrazo también, agacho la cabeza y emprendo mi
camino a casa.
¡Qué feliz sería si te hiciera el desayuno todos los días!